jueves, 1 de mayo de 2014

LA ESPADA Y LA ROSA. ANTONIO MARTÍNEZ MERCHÉN.

Una sombra enferma, humana, llega una noche invernal a un viejo monasterio medio derruido, habitado por el hermano Martín y el joven Moisés, como arrastrada por el viento gélido. En el calor del hogar, cuenta su maravillosa historia: es un guerrero, un cruzado que abandonó su tierra en pos de la llamada del Papa para liberar los Santos Lugares. Allí, vive fantásticas aventuras, inolvidables hazañas, conoce a personas tan maravillosas que la realidad linda con el sueño. Años después, casi anciano, vuelve a Europa, como peregrino, buscando al apóstol Santiago en Compostela. Invita a vivir ese peregrinaje a Moisés, el joven huérfano que vive entre las ruinas del monasterio. Un joven que fue salvado de las aguas por el hermano Martín. Y joven y anciano, se encaminan hacia Compostela, en el tránsito vivirán una nueva aventura, quizá, la más fabulosa de sus distantes vidas.

Encuentro en la lectura de este libro, que nos presenta la editorial Alfaguara, algo provechoso para la formación de los chavales que nos han tocado en suerte: un ansía constructiva de presente y futuro, a través de nuestra historia pasada, concrétamente mirando a la Edad Media. Una época vista por muchos, de forma sesgada, como la época oscura. Una época de retroceso. Una época de infamia. Una época, en definitiva, que recoge todos los males que una mente humana, medianamente desarrollada, podría imaginar. Error. Antonio Martínez Merchén, a través de sus personajes y aventuras, trata de explicar la riquezas de tradiciones del Medievo, los estratos sociales, las cultura, los grandes acontecimientos como las cruzadas, los mitos y por encima de todo, los anhelos personales de quienes vivieron entonces.
Al final del libro, el apéndice recoge la explicación de muchos de los mitos, historias, tradiciones y personajes que aparecen en la narración, lo que aportaría claridad y profundidad a la narración si no fuera porque es tarea harto difícil, por no decir al filo de lo imposible. El entrecruce de historias diversas, narraciones dentro de las narraciones, cuentos y sueños, recuerdos y ensoñaciones provocan que se pierda el ritmo de la historia principal, dando la sensación de que el autor no quería escribir una novela, salvo como escusa para hablar de la Edad Media sin que pareciera una clase de historia. Lo cual en sí no es malo. Lo perverso es camuflar de forma impúdica el miedo al magisterio en una novela. Lo malo es enfangar una idea tan buena intentando no dejarse nada, como si creyera que los chavales sólo tuvieran una oportunidad en la vida de acercarse, con los ojos limpios de prejuicios, al Medievo, y esa oportunidad fuera su libro. Mal.
Querido autor, tu idea es buena, tu intención deseable y desde aquí te aplaudo, pero la novela pierde al lector en mil historias entrecruzadas, que si las quitásemos, como hierba con una guadaña, se quedaría en veinte páginas.
Mi recomendación: que los chavales se acerquen a ella está bien, pero se quedarán con una sensación de: ¿y?. Como diría nuestro amigo Sancho Panza, tirando de refranero popular: Demasiadas alforjas para tan poco viaje y quien mucho abarca poco aprieta.

Decepción.

El Bachiller
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